
EDGAR INSUASTY: UN VIAJE HACIA LO VISCERAL
Por Carlos Fajarfdo Fajardo
Por Carlos Fajarfdo Fajardo
Insuasty trabaja desde los contrastes, carnavalizando la muerte, el esplendor de la tierra y su fuego. Fusiona la ternura y la violencia, la agresividad con la caricia, la piel con la piedra. Objetos diversos forman un organismo estético vivo, fluyente y ambiguo. Entre el ser y el estar, nos muestra los flujos interiores: sangre, plasma, agua, semen, corazones expuestos como llamas colgando, ingrávidos. Eros y Thánatos cantando en un coro al unísono, inventando los ritos del nacimiento y de la destrucción. Lo bello y lo siniestro, el horror y la hermosura.
Como proyección de esta gama de ambiguas formas y figuras, Insuasty nos revela el lado oscuro y trágico de los emigrantes-inmigrantes. En su proyecto titulado Pateras, la obsesión por mostrar la trágica aventura de un viaje sin retorno se hace patética. Más allá de pintar la anécdota del nómada inmigrante africano a tierras españolas, Insuasty aborda el símbolo del vacío en su desnudez, la embarcación sobre la cartografía estremecedora del mar, signo de la muerte y de la utopía fracasada, emblema de un viaje sin retorno. De nuevo lo bello y lo terrible, el horror hecho horror. Realizados estos cuadros en colores cálidos y acuáticos: tonos verdes, rosados, mates, ellos insinúan, sin embargo, atmósferas de podredumbre representadas en las moscas que circundan estas barcas que se dirigen hacia la nada. En la inmensidad del océano, en una topografía del abismo, Insuasty sitúa sus yertas pateras, con una soledad errante, sin horizonte alguno. Su figuración geométrica se fusiona con la plasticidad de los colores marinos. La infinitud de lo sublime se vuelve delirio de la muerte. Y es el agua la isotopía que marca a los íconos de los navíos. Sus Pateras son ataúdes que transportan el corazón de los muertos. Un cierto “Complejo de Carón” al decir de Gastón Bachelard, navega por estos cuadros donde la barca simboliza tanto la cuna como la tumba, el útero y la nada, la maternidad y la mortalidad, inclusión y expulsión, vagina y poder fálico. El sueño del emigrante se revela ambiguo, caótico. Se propone un viaje sin retorno en una patera que es nacimiento y mortandad, fecundidad y destierro.
Obra telúrica ésta, sostenida desde lo erótico, lo sagrado y profano, indagando en la significación de nuestros imaginarios más profundos y secretos. Llama la atención su insistente preocupación por lo ancestral antropológico. Figuras zoomorfas, fálicas y vaginales, establecen un diálogo que dan conciencia de la perpetua destrucción-creación de nuestro cuerpo. Nada aquí está petrificado. Todo fluye, es movilidad, signo que se debate en ritmo volátil como la vida. De por sí esta obra es hermana íntima de la poesía, nos hace visible lo invisible, descifra lo indescifrable, comunica lo incomunicable. La metáfora es su universo, la singularidad poética, su más alta ganancia estética. Pintura que une lo instintivo-sensorial con el abstraccionismo-simbólico. De modo que, planos, líneas, cuadrados, rectángulos y círculos dialogan con formas asimétricas, volubles, volátiles, caóticas, construyendo una imaginería mixta, con arquetipos primitivos y urbanos modernos. Su trabajo provoca en el observador un estado de reminiscencia sensorial, pues lo reenvía a “fantasmas” archivados en la memoria, a la vez que da conciencia de la desacralización y de los desencantos producidos por la razón instrumental y utensiliar en el mundo contemporáneo. Obra íntima-interior y comunitaria-exterior, consciente de la desintegración y fragmentación de la realidad en el mundo actual y de la expulsión de los reinos de lo real –de allí su fatalismo abstracto y figurativo-, pero, a la vez, en procura de conquistar, en medio de ese vacío óntico-gnoseológico, la sensación poética de lo existente, la belleza de lo terrible que, en palabras de Rainer María Rilke, los humanos “todavía podemos soportar”.