Edilberto Sierra


El viaje del cuerpo
Por Gonzalo Márquez Cristo

El pintor no busca expresarse sino liberarse. En el inicio, sus dibujos inscribían la estela de su huida, descendían, viajaban, fluían en el papel... Enseñaban el equilibrio que hay en lo atroz, en la mutilación, en el desgarramiento. Denunciaban el oscuro tiempo que vivimos... Eran la voz de la herida.
Su pintura mostraba la extraña armonía que hay en el grito, en el vértigo, en el enamoramiento del abismo. Los cuerpos aunque destrozados escapaban, conducían la forma hacia su vórtice... Los ángeles caían mutilados, las imágenes asistían a su desollamiento o eran atravesadas por saetas, las formas se mostraban abatidas. Y advenía el movimiento, el transcurrir...
Pero la búsqueda no se interrumpe, los cuerpos hechos con una sola línea se vuelven ondas. Desaparece la tempestad cautiva del comienzo e irrumpe la serenidad, el agua sosegada... Los hombres giran, las mujeres se ovillan, se adentran en sus pliegues, describen movimientos, sus sexos se vuelven oleaje.
El camino de tinta revela imágenes de agua, músculos que son anguilas, serpientes, medusas, algas, corales... Y ahora es allí, en la profundidad oceánica donde persigue la libertad que para él es el equilibrio.
El espíritu se torna solar, el color más simple, sereno y eficaz. La travesía ha sido de la desolación al sosiego, de la subyugación de la forma al reino del matiz... La mirada aflora, se vuelve exterior, altitud, distancia. El ojo que veía los cuerpos bajo la piel, las nervaduras y los músculos en tensión, se aleja... Aparece la abstracción del paisaje, del mar, de la luna, y la forma horizontal de nivelación interior.
Las garras se convierten en dedos, las figuras realizan una manifiesta metamorfosis y las cabezas se convierten en árboles, las serpientes en pájaros... Las manos nunca dicen –como en el idioma de los mudos–, nunca guían –como en los esquemas del tránsito–, las manos revelan, aumentan una sensación, una furia, una levedad, un enigma.
El pintor se opone a un arte fija en el espacio, intenta una pintura que habite en el tiempo, no en un fluir sucesivo, anecdótico, sino en el cauce vertical del poema. Busca un tiempo que ahonda, que cae, que apresa sensaciones.
Su pintura transcurre, el deseo sigue su itinerario laberíntico, los ojos se desprenden, los pies caminan sobre el agua... Nos hace comprender que el erotismo siempre es un viaje hacia el centro, que las caricias se hacen por debajo de la carne, que la vida es un acto de trapecistas, que a veces la sangre se convierte en arcoiris.
Edilberto Sierra cree que el encuentro se halla solo en su deseo, en su fuerza inmanente. En su sueño... Reconocido, inventado, contrariado. Sospecha que el cuerpo no puede decirse bajo una estética sino en el fluir de su propia búsqueda, de su viaje, de su destrucción.
El pintor cierra los ojos para que sus imágenes sigan cayendo, volando, convergiendo... Nosotros los abrimos para que se detengan, para que no escapen de la tela y el papel, para que nuestro mundo crezca y para que la luz transforme la mirada.


Edilberto Sierra. (Bogotá 1956). Maestro de Artes Plásticas de la Universidad Nacional de Colombia. Ha expuesto en España, Francia, Italia, Alemania, Bélgica, México, Cuba, Puerto Rico, Brasil... Es autor de: Papeles para un voyerista binario, Fragmentos para una historia continua, Materiales para ensamblar un ángel... Es profesor de Artes de la Universidad Jorge Tadeo Lozano y del Ce-art de Bogotá.

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