Jim Amaral

Mitología interior

Por Amparo Osorio

Asomarse a la obra escultórica de Jim Amaral, no es recorrer un tiempo circunscrito en el aquí y ahora del arte contemporáneo. Es, como lo pensaría Borges: arribar a un espacio cósmico, donde las infinitas y múltiples obsesiones del artista, nos develan claramente todos los puntos del universo. Bajo esta premisa contemplamos su obra, donde la Esfinge aguarda y su cadencia es el secreto encadenando al tiempo. Es el punto y la esfera. Es la impasible serenidad en el imaginario y tramposo recuadro de la eternidad.

El artista lo sabe. La deificación de su mitología interior se abre para mostrarnos las reliquias etruscas que nos conducen por la existencia de esta cultura con sus descripciones indescifrables. Perros guardianes evocadores de la antigua nostalgia de los navegantes, que con sus cabezas esbeltas desafían el olvido. Caballos azules que custodian las tumbas funerarias. Divinidades que preservan en la ausencia de sus bocas el himno del mar. Rostros amordazados que quisieran hablarnos del enigma (¿del ser? ¿del tiempo? ¿De ese que fue suyo real y mítico? ¿De este nuestro, vacuo, fugaz y mentiroso?)

Súbitamente algo nos detiene: Su trascendente pátina en la que imperan el azul y verde. Colores fáusticos y monoteístas que al decir de Oswald Spengler son: «Los colores de la soledad, de la solicitud, de la gran curva que une el presente con el pasado y el futuro, del sino como decreto inmanente en el cósmico conjunto».

Curva: pensamos recordando la sentencia de Spengler. Presente con pasado, pasado con futuro en este recorrido de pulsaciones indefinibles lleno de Minotauros y Libélulas; de Lunas escondidas en un vientre de mujer, quizá para recordarnos que allí se resumen la luz y la ceniza; de Yelmos en cuyo fondo se inscriben extraños jeroglíficos; de Hombres-pájaro que en ocasiones parecieran contemplar el infinito como cazadores de estrellas: de Vigilantes inmóviles de un remoto pasado, que cruzan por la pátina como ángeles sobrevivientes de un complejo universo.

Sino: decimos. Y resplandecen los Talismanes adosados a una espalda andrógina, que en el imaginario colectivo quisieran protegernos del ineluctable ocaso. Torsos mutilados: materia y forma que podríamos casi leer, porque en todas sus líneas está contenido el misterioso encanto del pasado.

Espacio-tiempo-profundidad-color. Categorías que Jim Amaral maneja para legarnos sus metafísicas y que entre movimiento y sensación, nos inducen a atravesar sus túneles para hallar del otro lado nuevos seres, aquellos cósmicos argonautas del futuro y sus intrincadas máquinas del tiempo, bajo cuyos engranajes nos sentimos participando de una lúdica bradburiana.

Cósmico conjunto: reflexionamos y no es otra cosa lo que el artista ha logrado bajo los pliegues del metal, por los que descendemos nuevamente a su espacio físico. La espiral de los cuerpos nos atrapa como una bengala en la retina. El escultor permite que éstos nos hablen en su propio lenguaje. Los conduce como un astrolabio para que observemos su posición y movimiento. Sexos abiertos al flujo y reflujo de su erótica misteriosa y cuya fantasía obliga a levantar el velo para acceder a recintos inviolados, esos que quizá encierran en su ascesis la temeraria y ansiosa respuesta del hombre. Brazos que giran como aspas aladas en un vuelo que toca el infinito. Cerebros en cuya corteza está inscrita la primera y última metáfora de la vida. Cuerpos en sepia. El punto y la esfera nuevamente. Eslabones y Centauros. Minotauros, Ruedas, y Cadenas. Ventanas que se abren posibilitando nuestra libertaria imaginación.

Un recorrido «De profundis» por su «Noche lunar», en el que nosotros también como en el Aleph de Borges (y que el poeta nos preste sus palabras) vimos un rostro y todos los rostros del pasado, vimos una mano modulando su obra, y en esa mano la huella digital que nos revela el alma del artista, vimos la sonrisa de Jim Amaral que contiene sus sueños y todos los sueños de los hombres. Vimos la interrogación, y el signo y el punto y entramos a la casa del tiempo, para encontrar de frente la definitiva poética del bronce.


Jim Amaral se graduó en 1954 en Stanford University, Bachelor of Arts. Realizó estudios en Cranbrook Academy of Art entre 1954 y 1955. Reside en Colombia desde 1957, con temporadas en California y París. Ha realizado exposiciones en Estados Unidos, Alemania, Francia, Suiza, Italia, Bélgica, Venezuela y Suecia, entre las cuales destacamos las efectuadas en los Museos de Arte Moderno de Nueva York, Bogotá, París, y el Centro Georges Pompidou.