Julia Merizalde

Nostalgia antropocéntrica

Por Gonzalo Márquez Cristo

Después de trabajar durante dos décadas con el mítico bronce y la primigenia arcilla, Julia Merizalde decidió crear con sus esculturas una multiplicidad sensible, donde sus figuras de yeso se fragmentan y sus cajas de madera son escindidas para consagrar el espacio.

Si Miguel Ángel postulaba que la escultura acecha en la materia y la labor del artista es hacerla aflorar de su sueño mineral, proponiendo así una metáfora de sustracción muchas veces referenciada, en el caso particular de la obra de Julia Merizalde estaríamos ante una metáfora de la división, de espacios, formas y figuras. Aquí el cuerpo se abre para encontrar su detonancia significativa.

Sus piezas son cuerpos sacrificados, y sin embargo están desprovistos de violencia. Existe un sosiego transparente, una ausencia especular, una distancia hierática. La separación impuesta a las manos y cabezas es ante todo armónica, las figuras se quiebran, quizá para poder encarnar un silencio imperturbable.

El apocalipsis de la representación, señalado por Michel Foucault, ya no puede discutirse, y cuando la postmodernidad deifica la fragmentación (Barthes), sólo nos queda el sueño de que los agujeros de Henry Moore, las distorsiones de Alberto Giacometti, y otras imaginerías de tantos artistas perturbados por este tiempo desgarrado, recuerden que el hombre está detrás, aguardando la necesaria alianza que pueda recomponer su imagen sagrada.

La composición que Julia Merizalde delimita en sus espacios de madera, nos hace pensar que somos seres mutilados, que las partes de nuestro cuerpo son omnipotentes, que estamos cautivos en compartimentos, pero, especialmente, que gracias a esas divisiones, a veces categóricas, nos es posible asumir la vida que de otra manera escaparía de nuestra comprensión.

El siglo XX asesinó a la figura humana –como a tantas otras cosas–, basta con recordar el desmedido éxito de la abstracción en el arte, y por otro lado más trágico, los campos de exterminio.

Es fácil advertir que las ideologías y la esencial presencia del hombre ha sido disuelta. El big-ban metafísico debe cumplir con su retorno, la granada ha enviado sus esquirlas en todas direcciones y es nuestra obligación hacerlas regresar a su centro, recobrar la primera imagen, el evasivo rostro del ser. ¿A qué podemos acudir? Tal vez al arte, al amor, y a todas las creencias y manifestaciones que privilegian el cuerpo, con todas sus crisis y resplandores. Porque el cuerpo no sólo es capaz de recordar como en el poema de Kavafis, sino que por el contrario la imaginación y la memoria debe ser corporizada como ocurre en Solaris, esa novela de Asimov llevada magistralmente al cine por Tarkovsky.

Cabezas segadas, rostros que sólo demediados hallan su verdadera apariencia, manos que afloran rasguñando lo invisible... Nostalgia antropocéntrica. La escultura de Julia Merizalde pareciera un sacrificio sereno, porque allí el cuerpo se divide para que una armonía reine. La artista, que ha trabajado diversas técnicas escultóricas, se entrega ahora a la fragilidad del yeso y a los recintos secretos donde trozos del cuerpo intentan describir la soledad.


Julia Merizalde. Escultora y pintora colombiana nacida en Bogotá. Especialista en Historia del Arte del siglo XX. Estudió en el Art Student League dibujo, pintura y escultura. Su obra ha sido expuesta en las galerías Museo, Alonzo Arte, Skandia, San Diego... Desde 1988 dicta un Taller de Arte y Escultura. Dirige 106 Espacio para el Arte.


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