Por Amparo Osorio y Gonzalo Márquez Cristo
–La Bruja de Michelet, el Là-bas de Huysmans, Gaspard de la Nuit, el Malleus Maleficarum, las Muestras del Diablo... Eso es lo que vamos a leer antes de regresar a Roldanillo –dijimos recordando los inquietantes murmullos que escuchamos durante toda la noche en los tejados de la casa centenaria de Omar Rayo.
–Es difícil dormir durante la semana de aquelarre... –lo oímos afirmar con malicia–:He pensado convertir el patio de la casa en un hangar de escobas. Me pregunto ¿cuántas brujas vendrán este año? En la época del Encuentro de Poetas los rituales se realizan hasta el amanecer y la verdadera festejada es la palabra.
Sonreímos pensando que en este lugar habitado por la magia, los espectros eran tan reales como el afecto y que lo invisible poseía su escenario para la representación.
–No lo duden –comentó–, están en la verdadera embajada de Transilvania. Esos ruidos que nos impidieron dormir son el eco de mis visitantes pasados, lo guardo junto a sus recuerdos como una forma de asegurarme que algún día volverán. Todos antes de partir, dejan en mi custodia prendas, voces o poemas, como vínculo de sortilegio. Este es un lugar de encantamientos. Por eso ni siquiera se asusten si advierten que en algunos árboles dormitan millares de murciélagos.
Atravesamos la adoquinada estancia y durante el trayecto relató el parentesco territorial del Conde Drácula con su suegra, también nacida en aquel mítico y espeluznante lugar del noroeste de Rumania, y contó anécdotas de las costumbres de ese pueblo capaz de dormir entre sábanas negras, corretear gatos durante la pascua, interpretar el silbido de los pájaros nocturnos y leer las claras de los huevos para presagiar el futuro.
–Es conocida la leyenda del fantasma que pasea por estos corredores dejando un intenso olor a lirios... –le dijimos.
–Es verdad, no podía trabajar aquí, siempre había frustraciones, aplazamientos... Una noche escuchamos un ruido tan extraño que debimos llamar a los bomberos. Revisaron todo, escudriñaron los armarios y tejados infructuosamente, y por último conversando de duendes y hechiceras se extendió un terrible olor a azufre. Entre risas nerviosas creímos haber realizado el exorcismo. Y sin duda ocurrió algo inexplicable porque al día siguiente pude concentrarme de manera tan intensa que realicé varios cuadros, y al salir del estudio percibí por primera vez un profundo aroma floral. Años después unos esotéricos me explicaron lo que se llama energía orgonal o acumulada, que es la que tiñe el cielo de azul, y que en mi caso cuando pinto se libera dejando un inconfundible olor a lirios.
Iniciándonos en el paisaje, Rayo mostró en la lejanía un color recién nacido, habló de las formas de la luz, y después de invitarnos a salir en busca de su emblemático museo, reflexionó contemplando unos árboles abatidos por el viento:
–Parecen dioses remando. ¿Quién cree todavía que Don Quijote luchó contra molinos, si todos sabemos que se batió contra los más enfurecidos gigantes? Yo defiendo la realidad del sueño, la veracidad de la ilusión y todas las verdades que pueblan lo fantástico...
Aunque no quisimos quebrar el curso de su pensamiento, la carga de afecto de sus coterráneos interrumpía nuestro paso con regocijados abrazos y elocuentes bienvenidas, sin que faltara el desprevenido turista que confundido por el extraordinario parecido y tras escuchar su nombre, se acercó libreta en mano para solicitar un autógrafo, aseverando que él, Omar Sharif, era su mayor ídolo y que no podía creer estarlo viendo pasear tranquilo en un pueblo tan remoto..
En el trayecto conversamos sobre su ascendencia árabe, y la fuerza de esa sangre nómada que lo había llevado a trasegar por el mundo permitiéndole descifrar rostros de ciudades, en una búsqueda permanente de formas y matices.
–Cuando pienso en la vida siempre creo que estoy viajando. Los tránsitos aran la memoria, dejan surcos tan profundos como los amores... He recorrido innumerables países, conocido el color de sus gentes, pero desde hace tres décadas se podría decir que vivo en Roldayork.
Contó entonces que cada cielo tiene un tinte determinado, cada paisaje un perfume característico, y que sería muy fácil saber de dónde es un viajero con sólo apreciar sus ademanes o verlo caminar, afirmando el fuerte vínculo que ejerce en los hombres el lugar que habitan.
–Las ciudades se vuelven anécdotas... Recuerdo algunas por la solidaridad, otras por el dolor o el hambre. Roldanillo por su lluvia de luz... En casi todas he sentido incisivas revelaciones, especialmente en las nuestras, en aquellas que todavía tienen su sabor original, los signos y los acentos de esta América Latina. ¿Quién ha creído que somos del Tercer Mundo porque no somos países opulentos? No hay Primer ni Tercer Mundo, existe uno solo que puede desaparecer a manos del primero, eso es lo que he podido saber...
–Usted viajó por toda Suramérica, desechando un ofrecimiento del embajador de España que le otorgaba una beca para estudiar en la academia de San Fernando...
–Sí, él quería ayudarme con ese ofrecimiento, pero en ese momento yo sabía que primero debía conocer a mi madre que a mi abuela. Así se lo hice saber y me sacó enfurecido de su oficina, pues realmente mi necesidad primordial era aprender y vivir esta América Latina, y no terminar siendo un copista de clásicos europeos plegado a los inútiles programas universitarios. Decidí entonces mi camino, y del 54 al 59 fui un trotamundos que se dedicó a recorrer el continente, en barco, en automóvil, a pie, e incluso en hidroaviones. Compré un sedan negro y emprendí mi viaje rumbo al sur. Transité por Ecuador, Perú, Bolivia, Uruguay, Paraguay, Argentina, Chile y Brasil. Recuerdo vívidamente el impacto de haber visto una tarde camino a La Paz por primera vez la nieve. Caía escarcha y yo la contemplaba con los ojos maravillados. Me hacía feliz saber que Suramérica lo tenía todo. Después, al llegar a Manaos me dirigí a la comunidad amazónica de los indios Bananao donde pasé dos semanas. Me impactaron sus cuerpos tubulares y tatuados. Aprendí de ellos la técnica de rodillos de cerámica para imprimir, inventada en tiempos inmemoriales por un Gutemberg precolombino. Pinté la tribu y sus animales, y participé de toda su cotidianeidad. Cuando se me ocurrió hacer una caricatura del cacique, un gigante que permanecía horas mirando al horizonte mientras lo peinaban, los niños y las mujeres estallaron en carcajadas. Él, impasible, la contempló pero permaneció en silencio. Mi angustia fue mayúscula pensando que hasta ahí llegaba mi cabeza. Pero al día siguiente al despertar vi que a la entrada de mi bohío había comida, bebidas y obsequios ordenados por ese ser tan enigmático que demostraba así su agrado por mi irresponsable creación. Al salir de aquella aldea toda la locura del viaje continuó. Tomé una canoa para ir hasta Belem du Pará, en una travesía de once días por el Amazonas cuyo único plato era el insoportable mono a la piragua. Luego al llegar a Bahía en un enorme barco oxidado, admiré esa bella y extraña ciudad de dos pisos, donde todo entra por la piel. Allí conocí a Jorge Amado, también creo que a Doña Flor y para mi desgracia a sus dos maridos... Una tarde estando en el bar que este maravilloso escritor frecuentaba recibí su inolvidable consejo: Si quiere ser feliz nunca tenga éxito. Debo aclarar que esta sentencia que me cambió la vida, la he podido cumplir con ayuda de mis más fervientes enemigos.
–¿Fue en ese viaje que conoció a Pablo Neruda?
–Sí, era el año 57, durante una exposición en Montevideo del famoso pintor Venturelli llamada Rostros de China y Chile que Neruda presentaba. En la última página de Odas Elementales hice su caricatura. El poeta celebrándola la desprendió y me devolvió el libro con la siguiente dedicatoria: Para mi nuevo amigo, Omar Rayo. Luego me dijo: Joven, amo su país, tengo un hijo en Colombia... Yo le repliqué: En verdad tiene centenares... Este encuentro me impactó porque a los veintidós años estar frente a ese gigante de la poesía fue importante en la elección de mi destino.
–A su llegada a Argentina, Borges estaba ya en la cima de su esplendor... ¿pudo conocerlo?
–No estoy muy seguro si conocí a Borges, a esa invención de los intelectuales latinoamericanos, o a una copia de un cuadro de Magritte. Recuerdo que cuando viví en Buenos Aires, me alojaba en una pensión que quedaba en la misma calle donde él vivía, frente al Club Militar, y lo vi varias veces pasear su ceguera por las ruinas de una edificación donde solían realizar sus festines innumerables gatos, que me sirvieron de inspiración para pintar lo que he llamado mi etapa Vía Sur. Años después lo encontré en Nueva York en un evento multitudinario donde hice una larga fila para saludarlo. Recuerdo que le dije: Maestro, conozco Buenos Aires, entonces él exclamó: Ah que bueno, ¿y que fue lo que más le gustó? Yo respondí que los gatos y los parques, y él muy sorprendido replicó: Usted es una irrepetible excepción. Siempre me contestan que el tango y los churrascos. Salí tan confundido que comencé a caminar sin rumbo por Manhattan, pensando que había estado ante un usurpador, ante una ilusión urdida por miles de mentes alucinadas, porque para mí, Borges era la réplica viviente del conocido cuadro de Magritte que representaba a un hombre-jaula sentado con bastón. Lo demás eran ficciones.
Al doblar la esquina y mientras celebrábamos su divertida anécdota, el museo en cuyas paredes se inauguraba una extensa retrospectiva de su obra, irrumpió con su bella estructura que evocaba a las ciudades mayas o una estación interplanetaria, pintado de un color terroso que imitaba a las montañas que lo rodean cuando llega el verano.
–Cuando lo fundé en 1981 –dijo–, los desprevenidos turistas creían que habían llegado los marcianos. Lo considero mi ofrenda o acción de gracias a este pueblo y a sus gentes que ayudaron a la conformación de mi mirada. Muchas veces me han criticado por no haberlo realizado en Cali o Bogotá, y yo les respondo con ironía que allá existen demasiados críticos. Nunca ha cesado su actividad. Aquí se expuso por primera vez en Latinoamérica la obra gráfica de Picasso, una colección de 60 piezas eróticas que fue visitada por más de 8.000 personas de todo el país. Aún no olvido que Roldanillo sufrió un verdadero colapso, la gente acampaba en el parque, no se conseguía comida ni agua, y se armó un embotellamiento de tráfico del que todavía se tiene memoria.
–Este museo queda en la calle octava con carrera octava y fue inaugurado el 18 de enero, del 81, hace ya veinte años... ¿Cuál es su superstición con el número ocho?
–Me ha elegido toda la vida, es mi cábala personal. De él poseo las claves de sus orígenes y deslumbramientos. Mi nacimiento fue en el 28, las cuatro letras de mi nombre más las de mi apellido suman ocho, las mismas ocho para mi hija Sara Rayo y para el maestro mexicano Polo Gout responsable de la mágica arquitectura del Museo, que además está constituido por ocho octágonos. El ingeniero fue Gregorio Rentería, que también está signado por ocho letras en su nombre y apellido... –Luego comentó–: quizás nos esperen 8 brindis esta noche...
Fuimos recorriendo los espacios del recinto y adentrándonos en la experiencia de esas formas henchidas pintadas por Rayo, cuyo rojo permanente las hacía palpitar como centinelas provocando la atención de los visitantes. Quizá advirtiéndolo, afirmó que los colores sólo existen cuando establecen alianzas con otros, fructífero matrimonio que los hace iluminar desde su propio centro.
–Un crítico europeo sentenció que en mi pintura la geometría respira y eso se debe al volumen que intento expresar... Cuando se observa uno de mis cuadros las degradaciones que utilizo hacen pensar que son objetos tridimensionales, casi esculturas. En una ocasión estando mi hija pequeña intentó desprender de una de mis obras unas esferas, deseando jugar con ellas como si fueran globos o balones. Hay una plenitud de la forma que impera en mi trabajo...
Continuamos nuestro lento itinerario con el propósito de retener esa concreción volumétrica que casi siempre se desvirtuaba en las reproducciones de los catálogos y las revistas, esa tridimensionalidad protagónica de sus cuadros, que latían ahora frente a nosotros, y que alguna vez fueron atacados por un niño de Roldanillo quien con alfiler en mano quiso hacerlos explotar.
–El objeto, su forma, es mi búsqueda –le oímos decir–. Sin embargo existen colores cargados de memoria que es preciso utilizar. El rojo, por ejemplo, me apasiona, es imposible verlo sin recordar la sangre, es energía, vida, exaltación.
–¿Por qué en su pintura parece oponerlo siempre al negro?
–El rojo fue usado por nuestros antepasados de la misma manera que hoy utilizamos el negro: para borrar las cosas. Ese sólo hecho puede determinar la percepción que tenían sobre el mundo. Cuando yo uso un color, sé de antemano que voy a darle al objeto una memoria de la cual estaba desprovisto.
–Hay una extraña corriente artística que ha vinculado formas abstractas con manifestaciones precolombinas...
–Se trata de una aventura peligrosa, pero lo que yo pretendo es aproximarme a nuestras culturas como me acerco a las orientales, desde una línea paralela sin llegar jamás a un contacto que sería desafortunado, porque eso ya fue hecho por nuestros antepasados y de manera ejemplar.
–Como a Picasso ¿a usted le interesa el arte africano?
–Tal vez no, pero en algún momento pude estar influido por las formas egipcias y esto tuvo repercusión en mis primeros intaglios. Picasso por el contrario se enamoró tanto de la cultura africana que se llevó a Wilfredo Lam a vivir a su casa...
–Existe el prejuicio en Europa y Estados Unidos de pensar que todos los artistas colombianos escriben realismo mágico o pintan junglas y palenqueras. ¿Qué sensación produce su obra en espectadores como los orientales, poseedores de una mirada tan distinta a la nuestra?
–En diciembre expuse en Tokyo. Fue una experiencia increíble para la que me preparé durante mucho tiempo. Me fascina esa cultura milenaria: el sake, el Zen, el suchi... Cuando me sirven ese mítico pescado crudo siempre tengo la sensación de estar comiéndome un dios. Pero retomando la pregunta, y como dato curioso, recuerdo que los japoneses nunca miraban mis cuadros de frente, se acercaban de lado para observarlos de perfil, quizá buscando el relieve, lo insuflado de la forma. A ellos les impacta nuestro arte porque lo ven exótico, porque allá no tienen ese duende del que hablaba García Lorca, que habita nuestras obras y que ha venido universalizándose. Ahora, mientras preparo una amplia exposición individual itinerante que estará en Beijing, Hong Kong, Camberra, Sidney, Bombay y Tel Aviv, espero que en alguno de estos lugares los cuadros sean mirados desde abajo, con espejos, parándose en la cabeza, a través de filtros o de una forma aún desconocida para mí.
–Usted ha elegido Nueva York para vivir, no obstante es conocido su desapego por esa ciudad...
–Nueva York es un espejismo, una metrópoli creada por la publicidad. Se asemeja a un barco de piedra anclado en la penumbra y cuyos rascacielos he tenido que padecer por prolongados años. Yo vivo allí por masoquismo, casi para alimentar mi desolación... Y me atrevería a decir que su mito como ciudad creativa es cosa del pasado. Es un enorme Narciso enamorado de su imagen reflejada en el Hudson y en el East River, que no escucha ni observa hacia afuera, porque está idiotizado por su propio y gastado fulgor. París por el contrario es una ciudad esencial, profunda. Allí la imaginación ha dejado sus pliegues, la vida sus búsquedas estéticas. Durante las décadas anteriores tuvo una tremenda decadencia y el centro del arte pareció desplazarse hacia Estados Unidos, pero eso fue una ilusión. París es una de las pocas ciudades del mundo definitiva para todos, es una suma del espíritu humano.
–Sabemos que doce obras gráficas suyas están en el Museo de Arte Moderno de Nueva York...
–Fueron exhibidas durante tres años en los muros de ese templo del arte universal. Esa exposición me valió para que Jasper John, uno de los padres del Arte Pop, dijera alguna vez que yo lo había influido... Hoy mis obras existen en colecciones permanentes de 64 museos del mundo, y espero poder estar en muchos más, pero nunca en los de cera...
–A pesar de su larga estancia en Nueva York sus innumerables viajes le han permitido conocer figuras muy importantes del arte y la literatura universal, como Octavio Paz, entre otros...
–Con Octavio nos vimos muchas veces. Lo conocí en una cena en casa de Rufino Tamayo y allí iniciamos una profunda amistad. Él apreciaba mi obra y una vez escribió para una colección de portafolios de Cartón México que salía simultáneamente en Colombia lo siguiente: Omar Rayo es el artista de la sensibilidad geométrica, de la poesía en la línea... Años después nos encontramos en el Village, en Manhattan, estaba con José Luis Cuevas y Manuel Felguerez, y nos sentamos en un parque a conversar hasta el amanecer. Hablamos del arte, de los artistas, de nuestra condición latinoamericana... Fue una experiencia única, maravillosa, realizada a palo seco, porque ni siquiera estábamos bebiendo. La única humedad que había era en las palabras...
–¿Cuál ha sido su relación con García Márquez?
–Me une un gran afecto, nos hemos cruzado toda la vida en diferentes sitios, casas de amigos, exposiciones y hasta en aviones. Recuerdo que en una feria del libro en Guadalajara, donde había tanta gente que parecía pegada a la pared, Gabo llegó retrasado a su lectura con un suéter de rayas diagonales y antes de comenzar dijo: A quienes deseen salir les ruego hacerlo sigilosamente para no despertar a quienes se hayan quedado dormidos. Y eso por supuesto levantó una inmensa carcajada.
Continuando nuestra visita pasamos luego al último salón octagonal del museo, habitado por formas mágicas que hablaban de la esencia lúdica del artista, donde algunos grupos de pequeños escolares contemplaban con fascinación esa serie de sus gatos fantásticos, celebrando con risas que alguno tuviera cola de hoja, ojos de luna, o cuerpo de rinoceronte.
El recinto había comenzado a llenarse por el público que acudía al Encuentro de Poetas y nuestro recorrido junto a Rayo se acercaba a su fin. Su esposa, la poeta Águeda Pizarro se preparaba para dar inicio al evento, mientras centenares de mujeres comenzaban a invadir el escenario.
–Nunca ha dejado de sorprendernos que Federico Fellini haya podido rodar La ciudad de las Mujeres sin haber visitado Roldanillo –le dijimos observando el auditorio.
–Vamos –dijo riendo–, la poesía nos llama. No olviden que ella, es el mejor método inventado para revelar el dolor. La desgarradura nos explica, nos lleva a zonas humanas a las que ningún sentimiento puede conducirnos. El poeta verdadero es un explorador que nos quiere enseñar qué es y qué hace el hombre sobre la Tierra. Leo constantemente poesía y sé que por ella todavía hablan los dioses.
–¿Eso explica su esfuerzo dirigido a las Ediciones Embalaje?
–La publicación de estos libros es un trabajo apasionado que reafirma mi vínculo con la palabra. Los nueve o diez meses del año que estoy fuera de Colombia, preparo no sólo exposiciones sino construyo en la distancia el diseño de estos libros cuadrados con tapas de cartón. Son casi trescientos los títulos editados, y como un complementario aporte a la creación, ya hemos realizado diecisiete encuentros de poetas, que transforman la cara de Roldanillo durante la semana anual en que el pueblito es poseído por las bellas brujas.
–¿Ha pintado alguna vez la trágica realidad colombiana?
–Hacer un panegírico de la violencia no hace falta. Ésta es universal, pero Colombia es mucho más que el terror, y es lo que cuenta. Nacer y morir son hechos violentos. Lo siniestro es que vivimos un tiempo en el cual los vampiros se han apoderado del planeta, en todas partes los medios de comunicación le han puesto a nuestra fatalidad un precio exorbitante y pagan millones por especular con nuestra sangre.
Al regresar a la casa, luego de la ardua jornada poética, optamos por el primero de los ocho brindis. Evocamos los juegos del tiempo y recordamos cómo años atrás aquello que algunos llaman azar y otros destino, nos había unido en una céntrica calle de Bogotá, para iniciar un vínculo que prevalecía por encima de cualquier distancia física. Las puertas nos eligen, había dicho el eterno Borges, e invocándolo sonreímos pensando que las nuestras habían sido abiertas en un ascensor por dos pequeñas niñas, mientras intercambiaban sus muñecas. Llegada la noche, entre exquisitos platos con olor a hierbabuena y albahaca, relatamos cuentos de espanto, historias de fantasmas y aquelarres.
–Las Brujas de Salem, Pata de Mono, La letra Escarlata, Los Demonios de Loudon... Eso es lo que vamos a leer tan pronto regresemos –susurramos a su oído.
El delirio inscribió hasta el amanecer sus huellas, y horas más tarde alzando las escobas sobrevolamos los tejados haciendo la promesa de próximos reencuentros. La vida lo supo y por eso lo siguió poniendo en nuestro camino. Una exposición, un viaje, llamadas en sus tránsitos por Colombia, una conversación en Nueva York... La llegada de dos deslumbrantes gatos de Vía Sur que todavía nos contemplan desde los ojos del mismo Omar Rayo y los abrazos que alguien trae, o un cálido mensaje en esos fríos contestadores, han servido para estar al tanto de sus nuevos recorridos, de sus próximas exposiciones, de sus pasos por países inimaginables, de las formas que se despiertan y conducen a la esencia de sus sueños.
Entonces por el tragaluz de la memoria, sin motivos, sin aniversarios o causas aparentes, nos llega a menudo la sensación de un vuelo que acerca al amigo, al artista que lo contiene, al poeta de la geometría iluminada que siempre esperamos, allí, donde quedan suspendidas las palabras... y fulgura un Rayo que no cesa!
Roldanillo, 1987; Nueva York, 1995; Bogotá, 2001
Omar Rayo (Roldanillo, Colombia 1928 ), pintor, grabador, caricaturista, y dibujante colombiano. Una de sus más prestigiosas exposiciones es la realizada en la Sala Nacional del Museo del Palacio de Bellas Artes de México, titulada 20 años, 100 obras: Omar Rayo. En 1981 fundó en el municipio de Roldanillo (Valle del Cauca) el Museo Omar Rayo, poseedor hoy día de una de las mejores colecciones de artistas latinoamericanos, y de lo mejor de su obra. A lo largo de su carrera ha realizado grabados y ha cultivado la abstracción geométrica. Entre los numerosos premios que ha obtenido están el Schell (1958), el Especial de Grabado II Bienal Interamericana México 1960, el del Museo de Arte de Filadelfia (1965), el de los salones XIX y XXI de Artistas Colombianos (1966 y 1970), el de la Bienal de São Paulo (1971), entre otros. Ha publicado los libros Blind Knot (1974) y Obras recientes (1994).
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