La magia de la imagen
Por Eduardo Márceles Daconte
Un tema recurrente en la pintura de Heriberto Cogollo son esas mujeres que parecen estar despojadas de artificios para exhibir el cuerpo humano en todo su esplendor.
No tienen las proporciones clásicas que pregonaban los griegos, sino la voluptuosidad de aquellas bañistas que le impresionaron en una playa de Miramar en Cartagena, esbeltas y robustas, más afines a Rubens que a Modigliani, en playas desiertas con el mar de fondo.
Por supuesto, su pintura no se limita a la representación física de sus modelos –con especial cuidado en esa piel blanca o morena que recubre sus bien definidas estructuras anatómicas–, sino que incorpora una simbología personal que alude a cierto surrealismo. No se trata de la yuxtaposición de objetos incongruentes, aunque a veces los hay, sino de elementos cotidianos que parecen remitir a la historia del arte tanto como a su propia mitología.
Tal es el caso de la carta donde una mujer parece perpleja por el contenido del papel que lee tanto como la destinataria de una misiva en la famosa pintura del holandés Jan Vermeer (1666). No hay duda de que Cogollo está familiarizado con la pintura universal desde su puesto de combate en París a donde llegó gracias a una beca y donde vivió desde 1967 –con periódicas temporadas en Cartagena–, ahora radicado en la sureña ciudad de Toulouse (Francia).
Desde pequeño alimentó su amor por el dibujo, disciplina que nunca ha dejado de pulir, instrumental para ingresar a la Escuela de Bellas Artes de Cartagena donde ejercía su magisterio académico el profesor francés Pierre Daguet quien imprimió una orientación más clásica que vanguardista en algunos miembros del llamado Grupo de los 15, algunos llegarían a ser significativos artistas del patrimonio cultural colombiano.
Después de superar los obstáculos iniciales de cualquier inmigrante –en París se desempeñó como percusionista en un grupo musical y trabajó en modestas ocupaciones–, Cogollo fue ascendiendo la dura pendiente del arte gracias a su tenacidad e indeclinable vocación hasta alcanzar un lugar preponderante en el mundo, incluyendo su participación como miembro fundador del grupo Magie-Image en la década del ochenta en París.
Su interés se han centrado también en una simbología afrocaribe con mujeres mutiladas y senos punzantes que parecen gritar o gesticular con feroces máscaras u oficiar secretos rituales en un contexto de agresiva fisicalidad.
En su trabajo remite al aspecto lúdico del teatro o el circo con sus malabaristas, gimnastas, trapecistas y sus elásticos caballos de fina estampa con escenografías arquitectónicas o geométricas que enmarcan sus personajes.